miércoles, 28 de noviembre de 2012

Poemas de realidad olvidada

Poesía de la calle


Hoy vuelvo a traer un poquito de poesía a este espacio. Esta vez es el turno de Javier Egea, uno de los poetas más reconocidos de la llamada La otra sentimentalidad. Egea es uno de los literatos más representativos de los ochenta, y es, junto a Luis García Montero o Álvaro Salvador, un claro representante de este movimiento literario. 

Es posible que Javier Egea sea poco conocido en las aulas, ya que era más bien un poeta de calle y publicó pocos libros de poemas, pero, a pesar de eso, tiene varios premios de literatura, como el Antonio González de Lama, por su libro Troppo Mare, o el Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez, por Paseo de los Tristes: 

Paseo de los tristes
Foto: Santi Ledo
Entonces,
...en aquella ciudad
o en la intuición primera, vaga, de su cuerpo,
el pensamiento aún flotaba en bucólicos careos,
en versos aprendidos sin historia
y no era posible amar
entre unas calles donde todo era sucio,
carne sin brillo,
cuando aún en el mar, la nube y las espigas
sin historia y sin tiempo, vanos,
estábamos durmiendo
........o ignorando
esa gota de sangre que cuelga del amor
-su blanco cuello herido-,
ignorando la clase oscura en que nacimos,
sin consciencia de naves hundidas,
de rubios naúfragos,
condenados a vivir una historia perdida
de explotación y soledad, de muerte enamorada,
sin saberlo.

Y sin embargo,
entre los autobuses, el gentío,
en la dulce ignorancia,
fue creciendo una luz
que nos hizo sentir un crujido brillante
después que allí, en la sórdida pensión
donde siempre se asilan viajeros sin destino,
gentes oscuras,
en un lugar sin esperanza,
dos cuerpos se sintieron indefensos
sudando en el asombro de la primera felicidad.


Javier Egea, que murió en 1999 con 47 años,  era un gran admirador de Rafael Alberti, y publicó, junto a Luis García Montero, en 1982, el Manifiesto Albertista, que ambos leyeron en presencia del poeta gaditano en el local «La Tertulia», en 1982.

Al morir, dejó incompleto un libro que al parecer iba a titularse Los sonetos del diente de oro, los cuáles fueron publicados en 2006 con reproducción en facsímil.

Además de ser admirador de Alberti, también dedicó algunos de sus versos a Federico García Lorca, como este que a continuación os escribo, en el que dá una puntillita a la memoria histórica y se acuerda también de Pemán:


... Un silencio con hedores reposa

FEDERICO GARCÍA LORCA


Como un eco caliente
nacimos los más jóvenes
pero aún no se había terminado la guerra.
Nacimos entre flechas y yugos y sotanas y brazos extendidos,
cuando la piel de toro todavía sangraba,

todavía en canal abierto el toro.


Y sangraba la Historia:
la cultura arrancada de raíz de la tierra
puesta al fuego en las plazas
y en su lugar Pemán y el catecismo
y la vergüenza en las estanterías.

Difícil encontrar algún poeta que no estuviera muerto,
subterráneo
o más allá del mar.

Era y es el silencio que impone el vencedor,
la cárcel que mantiene
desde su fortaleza.

Era y es la injusticia.

No termina la guerra donde empieza el terror,
donde sudan las puertas de las casas
esperando tres golpes que las llame en la noche
y la tapia esperando,
la cuneta esperando,
y las caras hambrientas de los que no te volverán a ver.

No termina la guerra donde siguen
las listas negras, los archivos negros,
la justicia temblando en un rincón del sótano,
la libertad sangrando en el barranco
y aquí no canta nadie porque no quiere ése
que preside el silencio desde cualquier despacho.

Todavía en canal abierto el toro.

Como si fueran pocos los muertos que se fueron,
como si fueran muchos los vivos que quedaron.

Este poema es digno de escuchárselo leer a Carmen Camacho, colaboradora de Jesús Vigorra los martes en Canal Sur Radio.

Para terminar os dejo Me desperté de nuevo,  que, para mi gusto, es como mínimo, sobrecogedor: 

Me desperté de nuevo...

Me desperté de nuevo
entre dos sombras.
No quedaban palabras
en mi memoria.

Con los dedos, a tientas,
las fui palpando:
sus ojos enemigos,
sus secos labios,
Foto: Marta Gmera

el mapa señalado,
los hondos cráteres,
corazones escritos
con soledades.

A su fiel prisionero
siempre velando
mis compañeras sombras
de tantos años.

Ellas, que me robaron
la luz de un sueño,
ya no piden rescate
por mi secuestro.

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