miércoles, 8 de abril de 2015

A pescar

SI UNA PERSONA TIENE HAMBRE NO LE DES PECES, ENSÉÑALE A PESCAR

Este proverbio me ronda la cabeza últimamente. Observo en los últimos años una actitud algo generalizada que se está afincando a nuestro alrededor, puede que como consecuencia de la crisis, que no es más que eso que algunos llaman la "zona de confort". Antes, esta zona era la que algunas personas alcanzaban en su puesto de trabajo en el que, ante una situación cómoda ya no necesitaban seguir esforzándose más. También he visto como muchos empresarios manipulaban este significado queriendo exigir, o exprimir a sus trabajadores con la política del miedo para que no se instalasen en esta zona de confort, confundiendo intencionadamente este término con el de estabilidad laboral. 

Pero la realidad de este proverbio va un paso más allá. En los últimos tiempos, lo veo en algunos de los jóvenes que pertenecen a esa generación tan castigada por la crisis, crisis que les pilló aun viviendo con sus padres, estudiando o sin un primer trabajo y que no les ha dejado seguir evolucionando como persona. Algunos de ellos han manipulado también este término de la zona de confort aferrándose a la situación económica para no continuar peleando. Siguen en casa de sus padres, sin ganas de luchar, sin ganas  de cambiar su situación. Por lo general, son personas que tienen un mínimo de dinero proporcionado también por sus progenitores, que les permite salir un poco a la calle con amigos, a quejarse de boquilla de esa situación actual pero que en el fondo no mueven ni un sólo dedo para que esa situación cambie. Ellos tienen todos los días los peces encima de la mesa, y no necesitan ir a pescarlos. 

La pregunta que me hago es ¿hasta donde llega su responsabilidad y hasta dónde la de sus padres, que ponen en la mesa todos los días esos peces pero jamás les han enseñado una caña de pescar?

Es lógico que nuestros padres nos protejan e intenten darnos una estabilidad y comodidad adecuada dentro de las posibilidades de cada familia, pero algunas veces no se plantean que en vez de ayudar a sus hijos, los están convirtiendo en unos inútiles que en un futuro serán viejos y no sabrán desarrollar ninguna tarea. Por otra parte está esa apatía de los hijos, que han aprendido a vivir en esa constante de queja y comodidad, que les proporciona un halo de amargura pero sin rabia para luchar, buscar o inventar. 

Por suerte, también conozco jóvenes que no han parado de iniciarse en mil y una tareas, que no se parecen ni por lo más remoto a lo que cuando pequeños soñaban, pero que tienen los pies en la tierra y son conscientes de la realidad que tenemos ahora en España, y sin descartar tener que irse, triste y dura decisión, están quemando primero todos los cartuchos que tienen a su alcance para conseguir sobrevivir de forma autónoma sin que nadie le regale los peces. Personas que vieron la caña y no necesitaron a nadie que los empujara a colocar el cebo, se lanzaron a pescar y llenos de santa paciencia prueban en todos los mares que pueden para cambiar su realidad. Esta es mi esperanza,